Aktuelles

01. Dezember 2012

Boris Godunow am Teatro Real Madrid in Anwesenheit von Königin Sofia; "La crítica ha sido unánime al enjuiciar este estreno al destacar la dirección musical de Hartmut Haenchen"

"musicalmente espléndida, en especial gracias a la dirección musical de Hartmut Haenchen" - "el mítico director Hartmut Haenchen" - "La batuta de Hartmut Haenchen ... que por sí solo merece la visita al Real."

Orquesta Sinfónica de Madrid; Coro del Teatro Real Madrid; Regie: Johan Simons;, Boris Godunow: Günther Groissböck; Fjodor: Alexandra Kadurina; Xenia: Alina Yarovaya; Amme: Margarita Nekrasova; Prinz Schuiski: Stefan Margita; Schtschelkalow: Juri Nechaev; Pimen: Dmitry Ulyanov; Grigori: Michael König; Marina: Julia Gertseva; Rangoni: Evgeny Nikitin; Warlaam: Anatoli Kotscherga; MIsail: John Easterlin; Wirtin: Pilar Vázquez, Nikitich: Laroly Szemeredy; Bojar: Antonio Lozano, Chrustschow:Tomeu Bibloni; Mitjuch: Fernando Radó; Blödsinniger: Andrey Popov

Download der Rundfunkübertragung hier
oder hier

Monolog des Boris (2. Akt): hier

Tod des Boris (4. Akt): hier

Einleitung vom Dramaturg, Regisseur und Hartmut Haenchen hier

Video hier

Radio-Bericht auf Clasicá: hier

weitere Informationen in spanisch hier

auf youtube Kinderchor JORCAM hier

El Pais, 29. September 2012

El estreno de Boris Godunov se sitúa entre la publicación de Guerra y paz, de Tolstói, y la de Los demonios, de Dostoievski. Eran años de gloria para la cultura rusa. En cierto modo el carácter literario se percibe también en la ópera de Mussorgski, como ha señalado el musicólogo Carl Dahlhaus. La ópera aporta una fuerza irresistible para comprender mejor los temas de siempre: el poder y la gloria; el destino colectivo de un pueblo; el ser humano y sus circunstancias.
La tentación de afrontar Boris Godunov como una síntesis de la historia de Rusia se debe quizás a la perdurabilidad de los conflictos y situaciones. Herbert Wernicke así lo planteó en uno de los mejores espectáculos que se programaron en la década de los noventa en el Festival de Salzburgo. En la nueva producción del Real, Johan Simons trata también de traspasar fronteras temporales. Está bien como punto de partida, pero su resolución es irregular. Logra transmitir intensas emociones teatrales en la escena de la locura y muerte de Boris, o en la de la catedral de San Basilio, e infunde un considerable distanciamiento en actos como el polaco, o escenas como la de los aposentos del zar, por mucho que las buenas intenciones se intuyan y hasta se justifiquen. Simons es un director conceptual al que no le gusta caer en sentimentalismos inmediatos forzando siempre la invitación a la reflexión. Su estética es de arte povera o vinculada a la uniformidad de los regímenes comunistas. Es simbolista en la utilización de los objetos y materiales. Se inclina con frecuencia ante un sentido chirriante del gusto, aunque también consigue escenas sugerentes. Aplicando a rajatabla sus reglas del juego ha conseguido excelentes espectáculos como Sentimenti, sobre Verdi, con materiales de antracita, en la Cuenca del Ruhr, o una original mirada sobre El castillo de Barbazul en Salzburgo. Sin embargo el propio desarrollo a ultranza de sus criterios le ha hecho patinar en óperas como Simon Boccanegra en París. A su Boris Godunov de Madrid le falta un punto de redondez, lo que llevó a división de opiniones entre el público.
Desde el punto de vista musical y teatral Boris Godunov es una de las obras maestras absolutas de la historia de la ópera. El conocido musicólogo José Luis Téllez lleva muchos años afirmando que se debería visionar obligatoriamente cada año en todos los colegios e institutos para mostrar a los jóvenes estudiantes las infinitas posibilidades que tiene un género como la ópera. Tal como está el horno educativo no creo que sea viable esta audaz iniciativa. En Madrid, Boris siempre ha levantado pasiones. Recuerdo un entusiasmo delirante en una versión de la Ópera de Varna, Bulgaria, en el teatro de La Zarzuela en 1978, en la que se valoraron al máximo los cuerpos estables de teatro y coro, tal vez como respuesta a la exclusiva cultura de los divos que entonces imperaba (Hasta el mismísimo Boris Christoff había encarnado antes el papel de Boris en Madrid). Años después se en pleno apogeo reivindicativo de la ópera como teatro levantaría un gran entusiasmo la lectura escénica de Piero Faggioni. Actualmente el público se ha hecho más exigente y demanda que todo esté a primer nivel, lo musical y lo escénico.
Para las representaciones de Madrid se ha optado por la versión original de 1872 con el añadido de la escena de San Basilio de 1869. Con ello el protagonismo del coro se refuerza, lo que permite comprobar la madurez que detenta el coro titular del Real que dirige Andrés Máspero. La Sinfónica de Madrid se mostró a un nivel sobresaliente a las órdenes de un sensible y dominador Hartmut Haenchen. Este grado de calidad en coro y orquesta es lo que antes tanto se admiraba de las compañías estables que venían del Este. En eso hemos ganado, y mucho. Entre los cantantes brilló a nivel excepcional el Pimen del bajo ruso Dmitry Ulyanov. Groissböck realizó un Boris muy bien teatralizado, tal vez con un registro vocal más agudo de lo ideal para el personaje, pero en cualquier caso con una gran musicalidad. En general y pese a algunas desigualdades el reparto vocal fue bastante homogéneo. Asistió a la representación la Reina Sofía, todo un ejemplo de fidelidad a la música y a la ópera.
Juan Ángel Vela del Campo

El Mundo, 1. Oktober 2012

Pussy Riot: la ópera
No ha gustado en el Real el "Boris" concebido escénicamente por Johan Simons. Ni siquiera lo han defendido con demasiada convicción los entusiastas incondicionales de la era Mortier, aunque puede atribuirse el desencanto a los requisitos de actualidad política que el director de escena holandés planteaba o exigía en el escenario madrileño.
Empezando porque una de las claves de su lectura consiste en las Pussy Riot, sobrenombre provocador de unas performers y feministas rusas que han puesto a prueba la intolerancia del régimen putiniano respecto a la libertad de expresión y la blasfemia.
De hecho, tres de sus miembros fueron condenadas el pasado agosto a dos años de prisión por haber "socavado el orden social". Una sentencia ejemplarizante con la que pretendía escarmentarse el videoclip punk y transgresor que Pussy Riot concibió sin permiso ni miedo en la catedral del Cristo Salvador.
Fueron acusadas de vandalismo y se les redactó una acusación de 2.800 páginas. Entre otras razones porque pedían a la Madre de Dios que echara a Putin y acusaba al patriarca Cirilo I de anteponer la sumisión presidente que la fe en el Altísimo.
Es en el contexto en que la producción de Simons alude con inteligencia a las Pussy Riot, precisamente porque "Boris Godunov" es una reflexión sobre el poder, la opresión, la propaganda, la manipulación religiosa y la amenaza de las rebeliones populares.
Rusia es una prueba contemporánea porque los pasamontañas coloridos de las Pussy Riot se han convertido en el uniforme de una incipiente revuelta al absolutismo de Putin. No sólo identifican a las cantantes del grupo Punk. También representan de forma anónima y colectiva la aversión a la restricción de las libertades. Empezando por la libertad de expresión y la coacción con que Vladimir I la interpreta.
Así se explica que Simons recubriera el rostro de los coristas con los pasamontañas. Puede enchironarse a tres cantantes, pero no se puede meter en la cárcel una idea ni una rebelión. Es el motivo por el que el montaje de Simmons concluye con la moraleja de las Pussy Riot custodiando a El Idiota. O sea, el único personaje de la ópera de Mussorgski que se desenvuelve con coherencia y sensatez, aunque se le considere el loco.
Simons pedía a los espectadores del Real estar al día. Al día de la actualidad y de un debate internacional que concierne a la tiranía de Putin, y del que no parecen haberse percatado los espectadores que abuchearon o silenciaron el espectáculo.
Simons no se ha hecho comprender -y no toda la culpa es suya-, como tampoco ha logrado que se le acepten otros aciertos de su montaje. Empezando por la gran impostura del acto polaco, concebido con feísmo y estética kitsch precisamente porque es el pasaje de la ópera de Mussorgski en que se urde la proclamación de una mentira, el falso Dimitri, y en que se "disfraza", por la misma razón, la escenografía original del poder.
Se trata de un superministerio soviético y de un espacio inhóspito donde Simons maneja a su antojo al "personaje central" del coro. No sucede igual con Boris. Quizá porque ha elegido Simmons una versión más física que psicológica del sufrimiento del zar.
Tiene hechuras, ademanes y mentalidad de guardaespaldas el bajo Günther Groissböck, de forma que su Boris se resiente de una verdadera construcción teatral. No tanto cuando está en escena como cuando está fuera de ella.
Puede resultar paradójico el comentario, pero Boris, como Don Giovanni de Mozart, es un "falso protagonista" de la ópera. Uno y otro pesan más por lo que se dice de ellos y por lo que se nota su ausencia que por sus estrictas apariciones.

Las mayores ovaciones correspondieron con razón al imponente Pimen de Dimitri Ulianov y a la dirección musical de Hatmut Haenchen, cuya versión "in crescendo" de Boris hizo mucho más interesante la segunda mitad que la primera.

Se lo perdieron los espectadores que ahuecaron la sala en el entreacto. Prueba inequívoca de que un sector de público del Real reacciona de manera espantadiza cada vez que se le urge a pensar y reflexionar.


El Razon, 29. September 2012

Ópera grande y original, sobre todo cuando se escucha en la versión primigenia de Mussorgsky, que es la que atesora las más grandes virtudes gracias a su adusta armonía, a sus tonalidades oscuras, a su desnudez exenta de brillos superfluos. La primera versión del compositor es de 1869. Más tarde, en 1872, la revisó y añadió tres nuevas escenas. Es la primera vez que el Real presenta la versión completa. Diez escenas en total. Como debe ser. El espacio escénico, perenne, semeja el enorme patio de una construcción desconchada –más bien «despapelada»–, grisácea, pesada, triste, por donde circulan los personajes vestidos pobremente a la usanza actual. En una obra vital, colorista, cambiante, proteica, todo queda acogido a ese pesado edificio y todo discurre de forma plana, sin contrastes, algo que va en contra de la naturaleza de la propia composición. Incluso el fundamental brillo del acto polaco, expuesto de manera muy cursi queda diluido al unirse sin solución de continuidad a la escena de San Basilio. Una escena fundamental, nuclear, como el monólogo de Boris y el subsiguiente diálogo con Chuiski, pierde toda tensión y eficacia dramática por la escasa garra de la dirección de escena. En el vasto espacio las escenas intimistas se diluyen. Y en las que el pueblo es protagonista, a veces da la impresión de que no existen soluciones para mover con naturalidad a la masa, al pueblo. Pero el coro estuvo sonoro y rotundo toda la noche, bien impulsado por la batuta de Haenchen, director eficaz aunque tosco y que no encontró su camino, apoyado en una buen prestación orquestal, hasta bien entrada la segunda parte. De las voces hay que destacar sobre todo al sólido Pimen, oscuro, grave, pastoso, de Ulyanov, al Claro y penetrante Chuiski de Margita, al sentido Inocente se Popov y al estentóreo Varlaam de Kotscherga. Muy mal Michael König, un Dmitri de pobres medios y timbre desdibujado. Caso aparte es el de Groissböck, de timbre pétreo, pero inadecuado, por idioma, emisión y cortedad de extensión para un papel tan exigente.

El Imaprcial, 29. September 2012

No se puede decir, en realidad, que Boris Godunov haya sido la primera ópera de la presente temporada lírica de la capital, ya que a principios de septiembre se ofrecieron dos funciones en versión concierto de Moisés y Aarón. Sin embargo, sí se trata de la primera ópera escenificada — con un total de 9 funciones, hasta el 18 de octubre — y lo cierto es que la velada se ha caracterizado desde el principio por esa atmósfera de inicio: un teatro lleno - con asistencia de la reina doña Sofía, acompañada del ministro de Cultura, José Ignacio Wert - y el reencuentro de los abonados después del habitual parón del mes de agosto. Además, si pudieran clasificarse las obras a tenor de su oportunidad para dar el pistoletazo de salida a una temporada que se intuye prometedora a pesar de los recortes, Boris Godunov presentaría, sin duda, ese perfil. ¿Qué mejor que empezar a lo grande con una esplendida obra?
La ópera de Musorgski - con libreto del propio compositor basado en el drama histórico homónimo de Pushkin y el libro de Nikolai Karamzin, Historia del Imperio Ruso - es, sin lugar a duda, grande. Pero lo mejor de todo, absolutamente proporcionada. Porque, muchas veces decir grande no equivale a decir armónico. En este caso, sí. Y eso que, quizás, el citado calificativo chirríe al principio cuando, como en este caso, se coloca al lado de una historia real que viene marcada por la sed de poder, el sentimiento de culpa y el sufrimiento de un pueblo gobernado por aquellos que ambicionaban ese poder posteriormente malgastado, podrido en la herrumbre de sus propias emociones, que han colocado muy por encima de la misión sagrada que debería de llevar consigo todo gobierno o mando: la del interés general en vez del particular de cada gobernante.
En esta nueva producción del Real, que supone el estreno en Madrid de la versión completa con la instrumentación original de Musorgski de 1872, y la incorporación de la escena de la catedral de San Basilio, de la versión de 1869, la idea es la de narrar no sólo los acontecimientos concretos contenidos en la obra sino, en cierto modo, trazar el perfil histórico de un pueblo, el ruso, tantas veces sumido en la miseria a causa de los devenires de su casta política. La historia, obstinada, lo que demuestra incansable es que siempre se repite. Igual que un interminable bucle que, aunque parezca que por fin se ha quebrado, vuelve a enredarse. Otra vez. Y una más. El escenario que presentaba anoche, a modo de telón, una suerte de organigrama del poder político en Rusia, desde Ivan el Terrible a Putin II, era la primera señal de que la escenografía iba a revestirse de un trazado atemporal. Por eso, aunque una noche más han sido los responsables de la escena — con Johan Simons como director - los únicos a los que una parte del público ha estimado oportuno abuchear, tanto el escenario como el vestuario y otros elementos de la escena se mezclaban sin orden ni cronología, igual que ese indeseable bucle histórico al que se hacía referencia.
El interior decadente y desconchado de un edificio sirve para albergar toda la compleja trama que narra la obra. No renuncia, en ningún caso, a la mezcla de ese aparente carácter espartano de corte soviético con elementos ostentosos propios de la época zarista. Es cierto que, en parte, con esos vaivenes estilísticos se renuncia a la congruencia que tanto agrada al aficionado pero, salvo ciertos toques innecesarios, la potencia de lo que se narra y, sobre todo, de cómo se interpreta debería ser más que suficiente para pasar de puntillas, y sin ser tan puntilloso, con la escena. Porque lo cierto es que el trabajo actoral es más que notable y los personajes convencen a pesar de que a veces tengan que arroparse con una tiesa alfombra, llevar máscara como las miembros del grupo ruso Pussy Riot o empaparse la cara con la cerveza de una lata impetuosamente abierta.
Musorsgki, por otra parte, compuso una partitura tan bella y melódica como real y descriptiva. El preludio da buena muestra de ello, dulce y expresivo, de aire típicamente ruso, anuncia una composición que ayuda a captar imágenes y que acude a motivos reminiscentes para identificar a ciertos personajes o determinadas emociones, como en el caso de los ataques de culpa, cada vez más frecuentes y violentos, que padece Boris. Este es, en todo caso, el elemento que marca el devenir de la historia de su mandato. Porque Boris Godunov ambicionaba el poder hasta el extremo de mandar asesinar a Dmitri, el hijo de Ivan el Terrible, que había de suceder a su padre. El problema es que, una vez en el poder, el alma corrompida de Boris ya no logra ver a su pueblo, únicamente al espíritu del niño que murió por orden suya. Al menos según la obra escrita por Pushkin, porque también se ha dicho que el niño murió degollado a causa de un accidente. El bajo austriaco Günther Groissböck es el encargado de dar vida a este personaje atormentado hasta la locura, a quien ni el poder conseguido ni el amor de su familia o la esperanza que deposita en él su pueblo consiguen salvarle. Lo lleva a cabo con desgarradora intensidad, haciendo suyo el personaje y su interpretación ha sido la más premiada por el público.
Del resto del extenso reparto de la obra de casi cuatro horas de duración han destacado especialmente la mezzosoprano rusa Julia Gertseva con su brillante interpretación de la polaca Marina, sedienta de poder, el bajo ruso Dmitry Ulyanov, impresionante en su rol de Pimen, y Andre Popov, el tenor ruso que da voz al personaje de “El idiota”, igualmente muy aplaudido. Completan las voces solistas: el tenor eslovaco Stefan Margita, Alexandra Kadurina, Alina Yarovaya, Yuri Nechaev y el tenor germanocanadiense Michel Kónig, que encarna a Grigori, el falso Dmitri.
Pero ha sido una vez más el Coro Titular del Teatro Real (Coro Intermezzo), dirigido por Andres Máspero, acompañado esta vez por los Pequeños Cantores de la JORCAM, quienes han lucido con más brillo. Y es que se trata, en todo caso, de una obra en la que la parte coral tiene un enorme protagonismo, con 120 voces. Desde su primera interpretación, nada más empezar la obra, tumbados en el suelo desde donde brotaban las voces, su actuación ha ido creciendo hasta alcanzar momentos de un poder, este sí, absoluto pero del bueno. Así, las interpretaciones corales han cosechado más aclamaciones entusiastas del público que las de cualquiera de los solistas, con excepción de Gröissböck y Ulyanov. Igual que ha ocurrido con la Orquesta Titular del Teatro Real (Orquesta Sinfónica de Madrid), a las órdenes del impecable director alemán Hartmut Haenchen, que ya estuvo en la capital la pasada temporada para dirigir Lady Macbeth de Mtsenk.

La Nueva Espana, 18. Oktober 2012
....Como contraste, y por muy buenos derroteros, transcurrió el cauce musical de la propuesta. Al frente de la orquesta, un director experimentado en estas lides, Hartmut Haenchen, saca el máximo partido a una orquesta de calidad como es la del teatro Real, que, además, se crece en los repertorios más complejos, del mismo modo que el coro de la casa está alcanzando unos estándares de calidad muy elevados.

http://delazecalameka.blogspot.de, 1. Dezember 2012

La orquesta estuvo a cargo del director alemán Hartmut Haenchen, que con gran pericia puso la orquesta al servicio de los cantantes y del coro, en la rica partitura de Míusorgski, muy distinta de la ópera europea.
... Los aplausos fueron corteses, pero no entusiastas, excepto para Pimen; la orquesta y los coros fueron muy aplaudidos, y se oyeron abucheos para Johan Simons.

www.gbopera.it, 23. Oktober 2012

... Sul piano di eccellenza la performance del Coro, così come dell’Orchestra che ha suonato con pulizia e sonorità limpide. Hartmut Haenchen nonostante abbia talvolta impresso dei tempi eccessivamente lenti, soprattutto tra la settima e decima scena, ha dimostrato di avere curato qualità del suono e lo sviluppo musicale e drammatico.
Mercedes Rodriguez

http://opera-cake.blogspot.it, 8. Oktober 2012
The show is very well structured, all musicians are truly brilliant (Hartmut Haenchen rocks!)....

www.revistagodot.com, 17. Oktober 2012

... Su prestación consiguió gran fuerza expresiva y supo subrayar el sufrimiento de unos súbditos oprimidos y hambrientos como querría el autor. Sus voces resultaron como siempre magníficas, esta vez impulsadas por la batuta de Hartmut Haenchen, que consiguió también de la orquesta una actuación rotunda, realzando los elementos rítmicos y melódicos de los materiales étnicos rusos insertados en la partitura original.

www.jornada.unam.mx, 3. November 2012

... El madrileño teatro de ópera volvió a presentar un espectáculo total; con una orquesta dirigida por el mítico director Hartmut Haenchen, quien protagonizó uno de los aplausos más cálidos del año, y la dirección escénica equilibrada, sobria e inquietante, de Johan Simons. ...

www.operaclick.co, 7. November 2012

... Chi ha maggiormente contribuito alla riuscita dello spettacolo è stato il direttore Hartmut Haenchen, autore di una prova maiuscola, attenta e limpida, sempre intento a sostenere il canto e nel contempo a illuminare la scrittura orchestrale di Musorgskij. Sapiente nell’uso delle dinamiche riesce a ricavare una forte teatralità senza mai scadere nell’edonismo sonoro, neppure nelle insidie dell’atto polacco. Di alto livello anche le masse artistiche del Teatro Real; un’orchestra dal suono terso e un coro eccellente in un’opera di cui sono quasi protagonisti. ... Daniele Galleni

http://desdeelnibelheim2.blogspot.nl, 4. November 2012

... En el terreno musical las cosas discurrieron por derroteros algo mejores pero, en todo caso, bastante irregulares (sobre todo en lo que atañe a los cantantes). La dirección de Hartmut Haenchen —que concertó de manera excelente, en este mismo Teatro Real, la Lady Macbeth de Mtsensk de Shostakóvich la pasada temporada— fue enérgica y poco matizada, quizá buscando con ello desplegar sonoridades más crudas, sombrías, salvajes y directas, en un intento de acentuar ciertas peculiaridades de la música de Musorgski (rudeza, falta de brillantez y de sensualismo, folclorismo...) para alejarla, así, del refinamiento que proporcionaron a la obra los posteriores arreglos de su amigo Rimski-Korsakov. Sin embargo, el efecto buscado (si es que fue tal y no se debió a otras causas) perjudicó al conjunto, pues a pesar de las características señaladas la obra ofrece situaciones dramáticas y ambientes suficientes como para requerir una mayor matización de dinámicas y colores orquestales.
ZURÜCK