Opern

www.periodistadigital.com, 05. Oktober 2012
/www.periodistadigital.com, 5. Oktober, 2012

Todo lo contrario que en lo referente a la dirección artística hay que decir de la dirección musical de esta producción del Real, a cargo de Hartmut Haenchen, que ya dirigió la orquesta en Lady Macbeth de Mtsensk, de Sostakovich, la pasada temporada, en una ampliación hacia el Este de su repertorio alemán de origen. Con precisión mantuvo a la orquesta al servicio de las voces individuales y corales a través de una riquísima partitura, plena de matices y encantos. Músorgski buscaba una autenticidad en el lenguaje musical en paralelo a lo que estaba logrando la literatura rusa en aquella época, una “ópera orgánica”, en la que la línea melódica nace de las palabras y fluye sin ataduras, apoyada por una orquestación esencial y muy efectiva, aparentemente rudimentaria, al servicio de la expresión dramática, lejos de los cánones de la tradición operística europea, y de ahí sus dificultades para estrenar.
www.periodistadigital.com, 29. September 2012
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Modest Músorgski murió a los 42 años alcoholizado y sumido en una depresión aguda. Internado en un hospital se bebió una botella de ginebra en un descuido de sus cuidadores, falleciendo en un ataque de delirium tremens. Son cosas por las que ha y que empezar cuando se habla de los grandes artistas, pues muchos se dejaron la piel en el intento. A los 30 años había compuesto la ópera Boris Godunov basada en un el drama de Pushkin dle mismo título, que había estado tres décadas prohibido. Músorgski (con acento esdrújulo, aunque todo el mundo lo escriba y pronuncie sin él) primero escribió el libreto, luego las partes vocales y finalmente toda la partitura en sólo cinco meses, la envió corriendo al Teatro Mariinski de San Petersburgo, pero se la rechazaron por alejarse del modelo italianizante en boga. Tuvo que añadir amores y personajes femeninos, cambió escenas, modificó el argumento y algunos pasajes, y en 1972 la tenía lista de nuevo. Se estrenaría año y medio después y está a mitad de la clasificación entre las cien óperas más representadas en el último quinquenio.

El Teatro Real ha escogido, siguiendo la moda vigente, la segunda versión, que sólo aporta un amorío insustancial y complica las cosas. Ciertamente, añade bellas páginas musicales, pero 'tutto sommato' es decisión discutible. Más discutible aún resulta que se hayan atrevido a enmendar la plana al compositor, añadiendo a la segunda versión una escena de la primera versión que Músorgski había suprimido. Ya saben nuestros lectores que somos por principio contrarios -salvo excepciones que se justifiquen en sus resultados- a que los adaptadores no respeten la obra de los autores tal como estos la concibieron. En este caso también, porque el resultado sólo alarga demasiado la obra, la complica y no aporta salvo la siempre agradecida presencia del coro de niños.

Intentemos resumir un argumento complicado. El pueblo espera expectante conocer quién será el sucesor en el trono de Iván el Terrible. La Duma refrenda al favorito Boris Godunov, que duda si aceptar el nombramiento. Tras este prólogo, sabremos por qué: porque ha ordenado matar al niño Dimitri, hijo y heredero de Iván, y le persiguen los remordimientos. Un viejo monje sabe la verdad y se la cuenta a su discípulo, de la misma edad que tendría ahora el zarévich fallecido. Ansioso de poder y gloria, el joven monje Grigori concibe la idea de hacerse pasar por el muerto. Se da a la fuga, evita su detención cerca de la frontera, pues existe una orden de captura contra él, y se refugia en el extranjero desde donde reclama el trono como si fuera el heredero. Ignorando lo que se avecina, Boris compatibiliza el ejercicio del poder con una aceptable vida familiar, que se ve turbada cuando su hombre de confianza le comunica la existencia del usurpador que desde Polonia cuenta con crecientes apoyos entre la nobleza y con el respaldo de los enemigos católicos que quieren acabar con el cisma ortodoxo. Ello hace que se redoblen sus remordimientos y que le atormente el fantasma del niño que mandó asesinar.

Mientras, en Polonia, el falso Dimitri se enamora de la princesa polaca que azuzada por su consejero jesuita ansía conquistar la secular enemiga y vecina nación de Moscovia. Los partidarios del aspirante al trono llegan a las puertas de Moscú sin que los partidarios de Boris consigan organizar la defensa, pues este es ya un demente enfermo que apenas acierta a nombrar a su hijo Fiódor sucesor al trono antes de morir. En la escena final el falso Dimitri consigue finalmente el apoyo popular para iniciar su entrada triunfal en Moscú, mientras el tonto del pueblo advierte a la masa voluble que una vez más la están utilizando, insinuando que ese al fin y al cabo es el destino eterno de la masa.

Tremendo argumento en el que se entrecruzan al menos tres líneas temáticas, el conflicto interior de Boris, la rebelión del falso heredero y la conspiración de los malvados polacos y papistas. Pero Músorgski lo resuelve con notables dotes de libretista, en un prólogo y cuatro actos cada uno de los cuales perfectamente estructurado en largas intervenciones de los protagonistas explicando lo que ocurre. Pero los largos parlamentos y la escasa acción, prestan a la obra cierta monotonía, esa falta de dinamismo, esa pesadez 'piscológica' que se confunde con el espíritu ruso como se confunde el jaleo flamenco con el espíritu español.

Ya hemos dicho que la escena implantada al comienzo del cuarto acto, procedente de la versión de 1869, que Músorgski había suprimido en la versión de 1872, dificulta la asimilación pues si algo tiene esta obra son majestuosas escenas corales de sobra. Pero esa dificultad -veinte minutos suplementarios en una obra que roza las cuatro horas de duración- no es nada comparada con la intervención del director artístico, que siendo imprescindible componente del espectáculo operístico, nacido y desarrollado para hacer más comprensibles y atractivas las complicadas y muchas veces absurdas tramas del género, es un oficio hipervalorado en nuestros días que ha terminado condicionando gravemente el resto de los ingredientes.

Abundan los directores artísticos actuales, muy famosos o menos, que se dedican sistemáticamente a destrozar libretos y partituras con montajes demenciales que sólo parecen hechos para torturar cruelmente al público. Desgraciadamente, a Johan Simons, director de escena de este 'Boris Godunov' producido por el Teatro Real, debemos incluirle en tal categoría, aunque su pecado sea más leve o menos grave que el de muchos otros. No siendo en absoluto mala idea fusionar las referencias zaristas con las soviéticas, sí lo es que se imponga en escena la desolación prosaica de un espantoso y deteriorado edificio cercando un patio sucio e inhóspito, sólo interrumpida por un cursi y rosáceo tercer acto. Y que resulte agravado en el alevoso uso y abuso de un campesinado ruso convertido primero en prisioneros del Gulag para posteriormente transmutarse en masa manifestante de nuestros días, por si no hubiera de sobra con las que están en la calle.

Disentimos absolutamente de Simons en su premeditada inclinación a la fealdad como escenografía, y así lo hizo el público, que lo abucheó furiosamente. Pero resulta significativa y extraordinaria la tendencia de las élites que actualmente dominan el 'culturtáculo' global, -esta 'cultura-espectáculo-entretenimiento' de nuestros pesares-, de compensar y justificar el lujo desmedido en que viven, el poder usurpado que detentan, planteando espectáculos cada vez más demagógicos, más desagradables, más pesimistas. Reflejan decadencia y cobardía, algo que esta crisis debiera llevarse por delante junto a tantas otras cosas de la vieja era.

Todo lo contrario que en lo referente a la dirección artística hay que decir de la dirección musical de esta producción del Real, a cargo de Hartmut Haenchen, que ya dirigió la orquesta en Lady Macbeth de Mtsensk, de Sostakovich, la pasada temporada, en una ampliación hacia el Este de su repertorio alemán de origen. Con precisión mantuvo a la orquesta al servicio de las voces individuales y corales a través de una riquísima partitura, plena de matices y encantos. Músorgski buscaba una autenticidad en el lenguaje musical en paralelo a lo que estaba logrando la literatura rusa en aquella época, una “ópera orgánica”, en la que la línea melódica nace de las palabras y fluye sin ataduras, apoyada por una orquestación esencial y muy efectiva, aparentemente rudimentaria, al servicio de la expresión dramática, lejos de los cánones de la tradición operística europea, y de ahí sus dificultades para estrenar.

El largo reparto, hasta veinte intérpretes, estuvo nada menos que perfecto, comenzando por el protagonista, el barítono austríaco Günther Groissböck, y su alter ego, el tenor germano Michael König en el papel del monje Grigori que se hace pasar por el heredero Dimitri. A Groissböck le habíamos visto en este escenario en Tannhäuser, y a König en Saint François d’Assise de Messiaen y Lady Macbeth de Mtsensk. Junto a ellos no desmereció el tenor Stefan Margita en el papel del príncipe Chuiski. La tesitura bajística de los tres aumentó esta marcada tendencia original de la obra, que así resaltó más la excepcionalidad del papel del Idiota, en la voz del tenor ligero Andrey Popov, que fue muy aplaudido.

Al público también le gustaron especialmente el bajo Dmitry Ulyanov en el papel de Pimen, el monje historiador cuyos recuerdos desencadenan la trama, y la mezzosoprano Alexandra Kadurina como Fiodor, el hijo de Boris. Pero todo el reparto formó un brillante bloque en el que los papeles secundarios de los españoles Pilar Vázquez como la tabernera, Fernando Radó como Mitiushka, y Tomeu Bibiloni y Antonio Lozano como Boyardos, estuvieron a la altura.

Los aplausos fueron más que corteses pero sin llegar a apasionados, con la excepción ya señalada del abucheo a Simons en su salida a saludar desde el escenario. Coros y orquesta recibieron justas ovaciones. Quizás entre el público, muchos recordaban que hace tan sólo cinco años se había programado otro Boris Godunov, con Jesús López Cobos y Klaus Michael Grüber al frente de la orquesta y el escenario. Entonces se optó por suprimir el acto tercero, -el injerto polaco-, y con ello se conseguía dejar la duración total en tres horas, una menos que esta vez.

El caso es que hemos tenido dos 'boris' muy seguidos y nos faltan muchos títulos esenciales tras quince temporadas.
José Catalán Deus