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Con gran temple en la batuta, Haenchen la cuidó como un retoño, mediante un trabajo de nitidez en las superficies sonoras y de profundidad en el discurrir melódico. La “longitud celestial” de la que el propio Schumann habló al referirse al monumento sinfónico de Schubert encontró fluidez y claridad en una versión jovial y enérgica producto tanto del detallismo y clarividencia del director alemán, como de la buena respuesta de la orquesta. ... la claridad estructural de Haenchen y el excelente desempeño de trombones y trompa solista culminaron un excelente inicio, al que siguió una lectura cuidada de la sinfonía, versátil –entre el minimalismo y la grandilocuencia– con unas maderas brillantes, tan cálidas y sensuales como vigorosas. El momento más destacado fue sin embargo antes: la precisión matemáticamente emocional que la orquesta alcanzó en el último acorde, que cierra uno de los movimientos más magistrales de todo el romanticismo, el andante con moto de esta –en muchos sentidos– “grande” de Schubert.
Diego A. Civilotti
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